La palabra «normal» surge
de un consenso antojadizo, conservador y autoritario. Puede influirnos o no.
Decimos que algo es «normal» cuando,
«por su naturaleza, forma o magnitud, se ajusta a ciertas normas fijadas
de antemano».
Hasta cierto punto nos estamos haciendo trampa cuando fijamos de
antemano normas pretenciosas, ambiciosas, idealistas, caprichosas,
autoritarias.
Por ejemplo: si usted y yo vivimos en una isla desierta y nos ponemos de
acuerdo en que el clima ideal para ese lugar es «nublado pero sin lluvia», cada
vez que se cumpla esa condición que caprichosamente hemos determinado usted y
yo, «tendremos un clima normal».
Cuando la cantidad de personas afectadas por los criterios de
«normalidad» aumenta, las consecuencias de ese vocablo aumentan.
¿Qué ocurre cuando por el motivo que sea, se nos ocurre pensar que lo
«normal» es que los varones pacten con las mujeres, en grupos de a dos, una
convivencia que recién finalice cuando fallezca uno de los dos?
Quienes acepten esa forma de «normalidad», estarán sometidos
inevitablemente a buscar que eso ocurra y se verán dolorosamente frustrados
cuando tengan que divorciarse antes de enviudar.
La incapacidad para criticar las «normas» de convivencia nos expone a
recibir los beneficios de integrar un rebaño y los perjuicios de hacer lo que
nuestra naturaleza no admite.
Dicho de otro modo: si alguien opta por cumplir estrictamente las
tradiciones del colectivo al que pertenece, sabe que contará con la aprobación
y protección de los líderes conservadores de esa cultura y sabe que contará con
la reprobación y ataque de los líderes liberales (no conservadores) de esa
cultura.
Cada uno se volcará hacia donde se sienta más cómodo y menos incómodo, o
sea, con más ventajas y menos desventajas.
En suma: La palabra «normal»
surge de un consenso antojadizo, conservador y autoritario. Puede influirnos o
no.
(Este es el
Artículo Nº 1.658)
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