La belleza, la riqueza y las profesiones prestigiosas, aportan satisfacciones pero nunca certezas, felicidad garantida, salud infalible, amores eternos.
Habitualmente creemos que las personas hermosas
tienen mejores chances de estar siempre acompañadas, de ser más queridas, de
ser afortunadas en el amor.
Suponemos algo parecido de quienes, sin ser
atrozmente feos, al menos tienen mucho dinero. Nuestra mente construye
fácilmente historias de felicidad, comodidad, ausencia de dolores,
preocupaciones y tristeza.
Es muy frecuente que imaginemos a quienes han
terminado estudios de grado (médicos, ingenieros, abogados), que desconocen los
problemas laborales, que siempre consiguen los trabajos mejor pagados y que sus
empleadores los respetan al punto de ser subordinados suyos, como si el
profesional fuera el empleador.
Todo esto suele ocurrir. Nuestras fantasías
espontáneas no están flagrantemente reñidas con la realidad. No son
disparatadas, pero no son tan verdaderas como suponemos.
Si una persona hermosa carece del deseo de
vincularse, puede aprovechar insensiblemente las oportunidades que recibe de
quienes se encandilan con su belleza, pero ninguna relación durará demasiado y
los fracasos amorosos estarán en el centro de su vida.
De más está decir que las personas ricas no
gozan de tantos privilegios como suponemos, porque es cierto que el dinero no
resuelve la angustia existencial, el temor a enfermar, sufrir y morir. Lo más
hermoso de la riqueza es recibirla sorpresivamente, pero este golpe de fortuna
tiene una duración corta pues cuando el nuevo rico se acostumbra a la
situación, comienza a tener otros problemas, quizá diferentes a los que tenía
cuando era pobre.
Es cierto que muchas personas aman tanto
algunos temas, que se dedican con pasión irresistible a estudiar solo eso y es
probable que así disfruten realmente de hacer lo que les gusta, pero esa es la
mejor y más segura remuneración: complacerse con lo que hacen.
(Este es el
Artículo Nº 1.605)
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