domingo, 4 de noviembre de 2012

El temor a nuestras intenciones competitivas



   
Cada vez que competimos lo hacemos contra los opositores naturales y contra nuestro temor a ser castigados por nuestras intenciones destructivas en el afán de ganar.

Lo normal es pensar que una persona adulta es ingenua cuando es inocente, incauta, inexperta, cándida y crédula, pero difícilmente pensemos que es cómoda, apática, indiferente, oportunista, ignorante o abusadora.

¿Es que la segunda serie de atributos es falsa y por eso nunca los pensamos o es que prejuiciosamente estamos predispuestos a pensar que la ingenuidad en un adulto es un atributo valioso?

Para poder participar del mercado laboral en un país donde predominan los criterios capitalistas, ser ingenuo equivale a padecer una discapacidad intelectual, excepto que esa ingenuidad sea impostada (actuada, simulada) para poder pasar desapercibido, para evadir la agresividad que circula entre los no-discapacitados, para usarla como un disfraz necesario para desplegar una determinada estrategia (1) comercial.

En el mercado laboral funciona la lógica de suma cero (2), porque las vacantes, los puestos de trabajo, las oportunidades son limitadas y la ubicación que logra uno deja afuera a todos los demás.

Quienes no obtuvieron ese lugar de trabajo son enemigos ocasionales, son opositores que intentan derrocar al ganador apelando a todos los recursos que tengan disponibles.

Los recursos que tienen disponibles dependerán del grado de ingenuidad real que posea (¿padezca?).

Casi todos los participantes en cualquier selección de personal sabemos de estas circunstancias, pero podremos tenerlas en cuenta según el grado de realismo del que disponemos.

Todos fuimos educados para respetar los derechos ajenos, para controlar nuestros impulsos hetero-agresivos; fuimos disciplinados mediante dolorosas formas de coerción; aprendimos que nuestro afán competitivo nos expone a ser castigados.

Cada vez que competimos lo hacemos contra los opositores naturales y contra nuestro temor a ser castigados por nuestras intenciones destructivas en el afán de ganar.

       
(Este es el Artículo Nº 1.692)

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