Algunas personas hieren nuestra sensibilidad con exhibiciones asqueantes y sádicas, obligándonos a ayudarlas para aliviar el dolor que nos provocan.
Supondré que usted y yo
estamos de acuerdo en que «somos hijos del rigor». En otras palabras:
estamos de acuerdo en que LAMENTABLEMENTE los humanos
actuamos mejor bajo presión que bajo persuasión. Si estamos obligados bajo
amenaza, hacemos lo que tenemos que hacer más rápido y bien, por temor al
castigo.
Este modelo no es casual pues la propia naturaleza recurre a
causarnos molestias, frustraciones y dolores de variada intensidad cuando
procura que hagamos algo: comer, descansar, curar, aliviar, evitar.
Por lo tanto, sensibles al modelo de «liderazgo» que
practica la naturaleza con nosotros, tan solo lo copiamos.
Me referiré a cómo las personas que nos necesitan pueden
aplicar una estrategia tan natural como la mencionada.
Si la naturaleza nos provoca dolor para que «hagamos algo»
curativo, algunas personas se las ingenian para trasmitirnos sus dificultades
provocándonos el dolor que sea necesario para que también «hagamos algo», pero
por ellos.
El solo hecho de comentar sus dificultades puede ser suficiente
para que nos sintamos obligados moralmente a colaborar con sus problemas.
Si el mero comentario no fuera suficiente, quizá apelen a
algo más contundente como es llorar, quejarse o mostrarnos lastimaduras, bultos
o erupciones que nos provoquen asco.
A partir de estas agresiones (que pueden ir desde el
comentario quejoso a las exhibiciones más hirientes de la sensibilidad),
quedamos atrapados en una especie de chantaje, según el cual tenemos que
ayudar, nos guste o no nos guste, para que finalicen los motivos de queja y
deje de lastimarnos.
Por lo tanto, es posible observar que algunas
personas nos piden ayuda hiriendo nuestra sensibilidad con exhibiciones
asqueantes, morbosas y hasta sádicas, obligándonos a colaborar para aliviar el
dolor que nos provocan.
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(Este es el Artículo Nº 1.739)
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