Las personas poseídas de un inquebrantable convencimiento (político, religioso), actúan como psicópatas pues ignoran los intereses ajenos.
Para un psicópata no existen
ni pecados, ni culpas, ni remordimientos. Un psicópata no logra empatizar,
sentir con el otro, darse cuenta de que si alguien sufre, esa otra persona
podría ser él mismo.
Ellos entienden que existen
normas sociales (respetar una fila, ayudar al caído, devolver lo recibido en
préstamo), pero la evaluación que hacen del dolor ajeno los influye muy poco,
no entienden que ellos podrían sufrir tanto como sus víctimas.
A los no psicópatas nos ocurre
que hasta tomamos decisiones imaginando que los intereses ajenos son idénticos
a los nuestros.
Quienes deciden por los demás
(sin su consentimiento), tienen una especie de psicopatía porque también se
equivocan al evaluar la sensibilidad de otros. El psicópata la desconoce casi
en su totalidad y quienes toman decisiones sin consultar a los interesados,
hacen algo parecido a los psicópatas aunque su conducta suele estar mejor
adaptada a los reclamos de las víctimas de una ayuda inesperada.
También tienen una conducta
bastante psicopática aquellas personas que, si bien poseen la sensibilidad de
captar el dolor de un semejante y son capaces de sentir culpa por los daños que
provocan en terceros, están guiados por objetivos que parecen pasarle por
arriba a los demás.
Estoy pensando en quienes poseen
una idiología que los provee de certezas incuestionables. Los dogmas suelen
tener ese rasgo: les aportan, a quienes los utilizan, una gratificante ausencia
de incertidumbre porque su credo les provee todas las respuestas.
Con estas suposiciones asumidas
como verdades (los dogmas), el creyente no escucha nuestras opiniones
diferentes. Como esa ideología lo tiene convencido de que no hay una forma
mejor de entender la realidad, actúan como psicópatas seguros de que es por
nuestro bien.
(Este es el Artículo Nº 1.732)
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