Algunos hombres y mujeres adultos pueden llegar a la madurez
pero otros no pueden llegar a esa madurez.
Aunque cualquiera diría que lo más conocido es
lo que más cerca tenemos, la realidad se encarga de desmentirlo.
Es probable que podamos hablar con más certeza
y abundancia de algún liquen originario de Alaska que de cómo piensa uno mismo,
de quien no se puede estar más cerca.
Esbozaré una definición de algo muy cotidiano,
con el siguiente tema:
¿Cómo es un ser humano que alcanza un
razonable desarrollo físico (teniendo en cuenta que «físico» incluye lo
psicológico a la vez que excluye los conceptos cartesianos de espíritu y alma)?
Ese adulto tiene ganas de trabajar y de tener
a su cargo a otras personas en los roles de cónyuge, hijos, empleados,
ciudadanos que transitoria o permanentemente no puedan autosustentarse.
Ese adulto NO tiene ganas de ser dependiente
de lo que otros decidan, aunque acá hay un asunto interesante.
El adulto razonablemente desarrollado es
alguien que disfruta delegando tareas y responsabilidades aunque sin dejar de
hacerse responsable de los eventuales errores de quienes trabajan para él.
El modelo de adulto maduro es similar al
patriarca, al caudillo, al líder, en cuando a que, para sentirse bien, necesita
asumir compromisos, desafíos, involucrarse.
Puede compararse el tamaño de los zapatos con
la importancia del lugar social que necesita ocupar.
Suponemos que el ser humano utiliza los
zapatos de mayor tamaño cuando ya es adulto y si usara calzado de cuando era
niño, el dolor le impediría caminar.
El adulto (hombre o mujer) maduro no soporta
tener tareas, responsabilidades, compromisos más pequeños de los que reclama su
desarrollo físico.
Si buscamos, encontraremos adultos que parecen
adultos pero prefieren usar «calzado» infantil. No pueden ser trabajadores, responsables y maduros,
porque estas características «les quedan grandes».
(Este es el
Artículo Nº 1.543)
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