Me animo a decir que la humanidad
— aún no sabe todo sobre las células; aunque
— sabe un poco más que en la Edad Media.
De estos conocimientos que hemos adquirido
trabajosamente, uno de ellos nos permite decir que una célula funciona de forma
similar a como funciona la batería del teléfono móvil: tiene un período de
actividad que luego decae por un tiempo hasta que el organismo al que está «conectada», la recarga.
Cuando digo
«período de actividad», debería decir más bien «período de excitabilidad», es
decir, período en el cual la célula reacciona ante los estímulos específicos,
por ejemplo, el dolor que provoca en la piel un objeto punzante, provoca una
reacción neuromuscular que nos impone el alejamiento del estímulo (objeto
punzante).
Genéricamente,
a ese período de «recarga» se le denomina «período refractario».
En otro
artículo (1) hice mención a este fenómeno aludiendo fundamentalmente al origen
estrictamente orgánico de nuestra constitución y temperamento, es decir que los
seres humanos somos exclusivamente organismos biológicos, materiales y sin
componentes inmateriales (espíritu).
Las células
tienen un período de «refracción» y el cuerpo (todas las células
simultáneamente) también lo tiene: pasamos horas, y hasta días, sin trabajar,
sin fornicar, sin caminar.
El desgano,
la apatía, la abulia, pueden considerarse formas de «refracción».
La creencia
en
— que
poseemos un espíritu omnipotente;
— que todo
nuestro desempeño depende de la voluntad; y
— que,
cuando la voluntad no revierte los períodos de «refracción» que provocan el
desgano, estamos ante una persona culpable de su inactividad, que no pone la
suficiente voluntad,
se
desencadena la respuesta violenta de quienes se sienten con el derecho a exigir
un mayor rendimiento (empleadores, educadores, familiares, jueces, carceleros,
políticos).
La
violencia intenta revertir una «refracción» calificada como ilegal.
(Este es el
Artículo Nº 1.516)
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