martes, 5 de abril de 2011

¡No sea imbécil! ¡Compre esto ahora!

La simpática, creativa, colorida, musical y erótica publicidad, es en realidad sádica porque el estímulo para que compremos lo que ofrece, consiste en hacernos sentir mal, desinformados, infelices, tontos.

Imaginemos una situación terrorífica, escalofriante, pesadillezca.

Un señor llega al consultorio de una odontóloga y ella le pregunta:

— ¿Usted le tiene miedo a los dentistas?

El paciente, que había llegado hasta ese lugar luego de juntar coraje durante meses y que finalmente se decidió gracias a que la esposa le prometió permitirle eso que siempre le pide y que ella, aunque le encanta, no quiere permitírselo, alegando una inexplicable tradición familiar, algún inconveniente circunstancial, sin dejar de lado el clásico argumento higiénico, luego de todo eso, complementado por la ingesta de un sedante suave proporcionado por la hermana, siente que sus fuerzas flaquean, hace memoria dónde estaba la puerta, cambia el cruce de sus piernas y responde:

— No, bueno, un poco sí, no me agrada mucho, en fin, me da algo de miedo. ¡Me horroriza!

— Ja, ja, lo supuse —responde, como diciendo «estos hombres, son todos iguales...»

En suma: una situación que es clásicamente estresante (consultar al dentista), es encarada de la peor manera, justamente por quien debería estar capacitada para alentar a sus consultantes para que se sientan cómodos, puedan colaborar en el tratamiento y eventualmente regresen cuando vuelvan a necesitarlo.

También es penoso para todos, cortar el cordón umbilical.

Nos queda una sensación de angustia, de carencia, de vacío, que algunos tratan de rellenar mediante el famoso consumismo (1).

Pues bien: la publicidad —al igual que nuestra torpe odontóloga—, no para de abrir más y más la herida que nos queda después del referido corte, pero lo hace para vendernos más y más artículos que supuestamente rellenarán esa sensación de vacío, cosa que jamás habrá de ocurrir.

(1) El acoso del deseo

La insatisfacción vitalicia

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