martes, 5 de abril de 2011

Mamá es insustituible

Las pretensiones de fidelidad conyugal surgen del anhelo de ser los hijos únicos de una mamá imaginaria. Un cónyuge engaña al otro en tanto no le asegure mil veces “yo no soy tu mamá”.

El deseo en el ser humano es causado por la pérdida irreversible que siente cuando tiene que separarse de su madre.

Lo digo de otra forma: cuando el pequeñito estaba con ella, no sabía lo que eran las necesidades porque ella todo se lo solucionaba: alimento, abrigo, caricias, higiene.

A medida que crece, se le exige que controle los esfínteres, que se lleve los alimentos a la boca, que se duerma solo y otras infinitas tareas, dolorosas, angustiantes, que él sólo puede interpretar como una pérdida, un angustiante empobrecimiento, un lacerante abandono afectivo.

En suma: El niño puede constatar que antes era rico y que ahora es pobre. El deseo surge de esa nostalgia de tiempos mejores y la búsqueda de satisfacerlo genera la energía necesaria para intentar recuperar la riqueza original.

La historia se repite y eso entra en combinación con nuestro insaciable deseo de recuperar aquella riqueza perdida: la maravillosa convivencia con mamá.

Cuando los adultos nos enamoramos, incurrirnos en por lo menos un error grave.

Efectivamente, creemos ver en nuestro ser amado a aquella mamá. El hecho que esto ocurra inconscientemente significa que bajo ningún concepto nos damos cuenta que mujeres y hombres buscamos en nuestro futuro cónyuge a nuestra madre.

Estos adultos quieren unirse, compartir una vivienda y tener hijos, con la ilusión de que podrán satisfacer eso que tanto buscaron: recuperar la magnífica vida que tenían con mamá.

Como siempre quisieron ser hijos únicos, exigirán que esta unión sea monógama (mamá y yo, ¡y nadie más!).

Las disoluciones conyugales ocurren porque las expectativas puestas en el matrimonio era exageradas.

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