Irrespetuosamente, solemos imponer nuestros gustos y criterios a quienes son humanamente felices con menos recursos de los que imaginamos imprescindibles.
Padecemos un prejuicio, firmemente instalado en el imaginario social, según el cual la pobreza es siempre desagradable, triste, desventajosa.
Quienes procuran el voto ciudadano, sistemáticamente apelan al pueril argumento de hacerles creer a su potenciales votantes que deberían vivir mejor, que se merecen mucho más, que hasta ahora los gobernantes anteriores no han hecho otra cosa que administrar la riqueza nacional en beneficio propio empeorando la calidad de vida de quienes viven mal.
¿Qué es vivir mal?
Esta calificación queda librada a lo que cada uno entienda aunque en la base de lo que cada uno define hay dos grandes frustraciones:
— no poder comprar todo lo que se desea,
— tener que cumplir órdenes.
Ambas frustraciones son infaltables cuando definimos vivir mal.
Los políticos (candidatos a gobernantes, líderes sindicales, religiosos), que procuran precisar el mensaje en pocas palabras, dicen: «con los otros líderes estarás mal y conmigo estarás maravillosamente».
El motivo de este artículo es precisar dos conceptos:
— Vivir incluye siempre molestias, mayores o menores, constantes o intermitentes, muy o escasamente dolorosas. Por lo tanto, cualquier auditorio, inevitablemente está mal, seguirá estando mal y desea creer que bajo ciertas condiciones, podrá estar mejor (lo cual, básicamente, es verdadero);
— Estar mal no siempre es algo que deseemos modificar. Quienes aprenden a disfrutar de la vida con muy escasos recursos, siempre enfrentando condiciones adversas, bajo condiciones de gran escasez, no siempre logran disfrutar sin estos «recursos».
Algunas personas se quejan de sus malas condiciones de vida sólo para obedecer (no contrariar, no defraudar, no sentirse anormales) a quienes le dicen «tú tienes que vivir con más recursos materiales», pero en el fondo, no saben ni desean tener más de lo que tienen.
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