jueves, 9 de junio de 2011

El martirio como premio mayor

Es tan fuerte la necesidad de amor, poder e inmortalidad, que llegamos a morir para lograrlos.

Partamos de la base de que todos los humanos deseamos ser amados, poderosos e inmortales.

Me permito recomendarle al lector que tome en cuenta la tremenda fuerza que tienen en su propio ánimo estos objetivos: la inmortalidad, el poder y ser amado, reconocido, mimado, protegido, admirado, consultado, ayudado.

Ahora pongámosles palabras a qué ocurre en nuestro entorno social e histórico.

Los pueblos, los colectivos organizados, quienes poseen algo que los une como nación, como religión, como partidarios de alguna doctrina, hacen especial hincapié en quienes murieron defendiendo a esa agrupación de quienes por algún motivo quisieron destruirla y gracias a quienes hoy aún existe.

En síntesis, esos héroes le salvaron la vida a la familia que hoy los mantiene unidos y orgullosos de la identidad que ostentan.

La figura del mártir tiene una importancia máxima en nuestro ánimo y la devoción que inspira entre quienes le están agradecidos equivale al deseo que tienen de identificarse con él, de ocupar algún día ese lugar para lograr lo que logra el mártir: poder, amor e inmortalidad.

Ese símbolo tiene vida en la imaginación de quienes lo idolatran. Es una figura imaginaria que todos recuerdan dando batalla, haciendo discursos convincentes, arengando a los combatientes, poniéndole el pecho a las balas, soportando con entereza y convicción las infinitas torturas, humillaciones y fracasos que recibieron de sus oponentes y que, a la postre, no hicieron otra cosa que aumentar la altura del pedestal que la historia finalmente les concedió.

En suma: El amor a los mártires nos estimula personalmente al sacrificio, al dolor, a defender causas ajenas, a la inmolación, a buscar enemigos crueles, al fracaso heroico, a la muerte cruenta.

¿Es esto lo que usted está buscando realmente?

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