jueves, 9 de junio de 2011

El valor anti-curativo de los analgésicos

Los analgésicos —y la mayoría de las intervenciones médicas—, frenan, estropean, distorsionan el casi perfecto proceso de autocuración del que estamos provistos.

El dolor es un mensaje interno ruidoso, llamativo, es una señal de alerta bastante específica.

Todo nuestro organismo funciona automáticamente, como la cisterna del baño que cuando se llena de agua, cierra sola el grifo que la alimenta.

Quizá sea algo muy complejo pero también es posible pensar que nuestra inteligencia sea excesivamente limitada.

Como no podía ser de otra manera, nos hemos puesto de acuerdo en decir que la anatomofisiología es muy compleja porque sería más incómodo reconocer que somos demasiado tontos para comprenderla.

En general entendemos el mensaje del dolor, aunque no estemos seguros de qué significa exactamente.

Por ejemplo, si sentimos dolor de hambre, sabemos que comiendo se alivia y deducimos que ese dolor nos informa que debemos comer.

Cuando nos duele la cabeza, parecería claro que tenemos que dejar de lado las tareas mentales, entre otros motivos porque con dolor de cabeza se vuelve muy difícil pensar.

Si nos duele una pierna, nos parece oportuno dejar de caminar, entre otros motivos porque nos aumenta mucho el dolor si movemos la pierna.

Esta cisterna súper-compleja utiliza el dolor como si fuera un mensaje de texto, un mail, una orden que un órgano le da al cerebro gritándole «¡mándame más cortisona!», «¡dile al páncreas que detenga por una rato la producción de insulina!», «ya puedes liberar un poco de endorfinas que no necesitamos tanto dolor».

Reconozco que me ataca la necedad cuando esta poesía de la naturaleza es atacada por seres humanos que pisotean las flores, cazan un colibrí o matan a una nutria para usar su piel.

Los analgésicos, tan amados por todos nosotros, también sirven para estropear esa maravillosa autorregulación de nuestro cuerpo.

●●●

No hay comentarios: