Los sabios en realidad no existen. Lo que sí existen
son personas que aman al ser humano imperfecto.
A una persona con experiencia
se la reconoce porque ha desarrollado la habilidad para saber la medida justa
de cada cosa.
Por ejemplo: sabe cuánto se le
puede exigir a una máquina, sabe qué puede esperar de sus hijos, sabe cuándo un
dolor propio es peligroso y cuando es un simple malestar pasajero.
Por el contrario, quien tiene
nociones teóricas porque lo leyó en algún libro o se lo contaron en alguna
universidad, seguramente será un despilfarrador de oportunidades. Si, por
precaución, no espera lo máximo de cada cosa o persona, tratará de pedir lo
menos posible a sus colaboradores, dejará de usar una máquina apenas suba un
poco la temperatura del gabinete, pedirá ser internado de urgencia si se siente
un poco mareado.
En el caso opuesto, quien
tiene nociones teóricas porque lo leyó en algún libro o se lo contaron en
alguna universidad, seguramente será un despilfarrador de oportunidades si, por
ignorancia y descuido, abusa de los objetos o de las personas, hace pedidos
exagerados, funde los motores o fallecerá en su domicilio por no pedir
asistencia oportunamente.
¿Existe alguna manera de ser
sabio? Sí.
Esa manera consiste en actuar
tratando de hacer las cosas bien en un primer intento, no sorprenderse ni
escandalizarse si algo o todo sale mal, abandonar la arrogancia de auto
flagelarse como si estuviera sobreentendido que nunca fallaría, revisar los
procedimientos para detectar qué hizo mal y tratar de mejorarlo, admitir que
podrá equivocarse varias veces más.
Los sabios en realidad no
existen como uno se los imagina (gente que lo sabe todo); lo que sí existen son
personas con gran tolerancia a la frustración, con orgullo moderado, que aman
al ser humano imperfecto.
(Este es el Artículo Nº 1.945)
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