Todos los seres vivos evitamos
el dolor, entendiendo por tal aquello que
nos provoca malestar, insatisfacción, mortificación.
Claro que el dolor parece
universal pero no lo es tanto. Aquello que nos provoca malestar,
insatisfacción, mortificación, no es para todos lo mismo.
Algunas personas sufren con lo que otros disfrutan y viceversa.
Sin embargo, una mayoría está incómoda cuando se pincha un
dedo con una punta afilada, una mayoría se molesta cuando siente hambre, una
mayoría disfruta reuniéndose con por lo menos una persona y una minoría
disfruta de la soledad.
Esta relación con el dolor y el
placer es bastante más variada en lo que a gustos se refiere: sabores, colores,
fragancias, volúmenes, texturas, presión, humedad, temperatura, diseño.
Si algún día se levanta con
ganas de pasar mal puede encontrar una buena diversión yendo a una tienda muy
surtida.
El deporte masoquista que le
propongo consiste en mirar detenidamente los escaparates, góndolas,
estanterías, vidrieras, prestándole atención a todo lo que jamás compraría.
Mire con cuidado esos adornos
horribles, esas máquinas inútiles, esos alimentos que parecen en estado de
avanzada descomposición, no se pierda los vestidos llenos de colores mal
combinados, pregúntese qué tienen en la cabeza las personas que compran esos
zapatos, no se pierda la sección muebles para dormitorio, living y cocina, no
eluda preguntarse quién puede vivir en una casa donde tengan un sofá así,
dedíquele unos minutos a observar las alfombras, esos dispositivos capaces de
juntar toneladas de tierra, barro, microbios, insectos, búfalos con mal aliento.
Cuando se haya cansado de
sufrir, egrese del local, feliz de no tener que pagar por la experiencia y
piense que los compradores de esos artículos existen, usted los conoce, nos
rodean e insólitamente usted pretende educarlos.
(Este es el Artículo Nº 1.924)
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