Cuando alguien sufre un dolor causado por otra
persona, la víctima siente alivio constatando el dolor de su victimario.
¡Insólito!
En nuestra cultura nos parece
bien que si alguien nos provoca un perjuicio, tanto podemos recibir una
indemnización equivalente a ese perjuicio, como podemos considerarnos
compensados si el causante de nuestro perjuicio tiene una pérdida similar.
Por ejemplo, una persona decide
estropearnos el frente de nuestra vivienda, es descubierto, detenido, acusado y
condenado a pagar los daños ocasionados hasta que el frente de la vivienda
recupere el aspecto que tenía antes de su acto vandálico, pero si no contara
con los recursos económicos suficientes para afrontar ese gasto, entonces
podría condenársele a perder la libertad durante un cierto tiempo.
La sociedad en la que vivimos
nos impone que aceptemos algunas de esas indemnizaciones y por lo tanto estamos
obligados a conformarnos con ellas.
Si el vándalo es solvente y
puede afrontar la reparación de lo que deterioró, parecería lógico que nos
demos por suficientemente atendidos, pero lo extraño es que causarle un daño
similar al que hemos recibido pueda aliviar nuestra pérdida.
De hecho estamos hablando de la
Ley del Talión: «ojo por ojo y diente por diente».
¿Qué razonamiento tengo que hacer para entender que mi perjuicio se
repara con el perjuicio de otro? Me parece que lo único que puedo pensar es que
el causante y yo somos prácticamente la misma persona.
Si lo pudiéramos expresar en
términos matemáticos podría pensarse que si el daño que recibí tiene un signo
de más, constatar que el causante tuvo un daño similar para mí opera como si
fuera el mismo daño pero con signo negativo.
En otras palabras, si alguien me
causa un perjuicio que me duele, yo siento un alivio total si constato que el
causante sufre igual. ¡Insólito!
(Este es el Artículo Nº 1.862)
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