Los voluntaristas agreden a los desocupados pues estos parecen quitarle verosimilitud a su lema «Querer es poder».
En otro artículo (1) digo textualmente:
«En nuestra cultura nos parece bien que si alguien nos
provoca un perjuicio, tanto podemos recibir una indemnización equivalente a ese
perjuicio, como podemos considerarnos compensados si el causante de nuestro
perjuicio tiene una pérdida similar».
Por ejemplo, si alguien choca contra nuestro
vehículo, tanto nos sirve que pague los gastos de la reparación como que sufra
la pérdida de su libertad en la cárcel. ¡Insólito!
Insistentemente combato la actitud de quienes
pregonan el antiguo lema «Querer
es poder».
Aunque
estos creyentes en la omnipotencia de su voluntad suelen ser buenos ciudadanos
y buenos padres de familia, generalmente adolecen de algunos rasgos sádicos.
Escribo
estos párrafos pensando en las peripecias afectivas de quienes pierden su
trabajo y no pueden encontrar otras fuentes de ingresos económicos.
Cuando en
el núcleo familiar tienen que convivir un desocupado con un voluntarista, la
situación se complica especialmente porque los rasgos sádicos de este provocan
diferentes formas de acusación a quien no puede conseguir trabajo.
Como la
economía familiar se resiente ante la ausencia de ese salario, las penurias son
un perjuicio que alguien debería indemnizar... como en el caso de quien nos
abolló el vehículo.
Por otra
parte, el «voluntarista ligeramente sádico» necesita confirmar en los hecho
aquello que lo mantiene con esa actitud, es decir, debe acusar al desocupado de
que no está haciendo todo el esfuerzo que debería para revertir la falta de
ingresos.
El
voluntarista se siente muy mal cuando algo pone en duda que «todo se arregla
con voluntad», porque pierde seguridad, es mortificado por una incertidumbre
que combate hasta irracionalmente.
Para
aliviarse de este perjuicio, apela a causar un dolor similar en el desocupado.
¡Insólito!
(Este es el Artículo Nº 1.853)
●●●
No hay comentarios:
Publicar un comentario