Los animales son
perfectamente coherentes, pero a los humanos tanto nos molesta pensar que somos
animales como que somos incoherentes.
«¡Ay, tesoro, cuánto te extraño!», es una expresión de cariño que nos
hace pensar en un «gran amor».
Cuando decimos «gran amor» aludimos a una noción de cantidad, de tamaño,
de profundidad, de importancia, de intensidad.
Un país, una botella o una
cama pueden ser grandes, medianos o pequeños respecto a algún dato elegido como
referencia: un país es grande respecto a otros más pequeños, una botella es
grande respecto a un tubo de ensayo y una cama es grande cuando la comparamos
con una cuna.
¿Qué tomamos en consideración
cuando pensamos en un «gran amor»?
Un país, una botella o una
cama son tangibles pero el amor no lo es. Por lo tanto la dimensión es cien por
ciento subjetiva, imprecisa, indemostrable.
De todos modos la expresión «¡Ay, tesoro, cuánto
te extraño!» existe, la comprendemos y es creíble.
Esa expresión cariñosa la está diciendo alguien que toma conciencia de
lo que le falta cuando el destinatario de la exclamación está ausente.
Podríamos recordar entonces que el amor se mide mejor cuando no está
porque cuando está (el ser amado presente), el sentimiento de amor es tan
pequeño que no provoca una exclamación de dolor, de sensación, de percepción.
Sin ánimo de enredar el tema, podría concluir que un amor se nota más
por su ausencia que por su presencia.
Probablemente cuando dos personas se divorcian lo que intentan es
percibir el tamaño real del amor que sienten recíprocamente.
Esta idea es paradójica, rara, extravagante, absurda, pero el ser humano
no es tan coherente como el resto de los animales.
Más aún: a los humanos tanto nos molesta pensar que somos animales como
que somos incoherentes.
¡Nada nos viene bien!
(Este es el Artículo Nº 1.836)
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