Nuestra mente intuye que el «inconsciente»
es la raíz del psiquismo y cuando proponemos soluciones «radicales» (de raíz),
es porque querríamos eliminarlo.
Según parece el miedo a la muerte no existe
porque nuestro cerebro sólo puede entender la muerte de los demás pero nunca la
propia.
Lo que sí existe es el miedo al dolor, sin
olvidar que podemos sufrir por la muerte de otros y es recién ahí donde aparece
una referencia al «miedo
a la muerte», es decir, «el miedo al dolor inherente a elaborar un duelo».
Para
quienes acepten esta premisa será posible entender que el instinto de
conservación se refiere al dolor: instintivamente nos cuidamos de no sufrir.
Con nuestra
fantasía e imaginación podemos suponer, imaginar, creer que algún día
moriremos. Algunas personas pueden «verse» en un féretro y también enterradas.
Aunque apelando a esa misma imaginación
podemos adoptar resoluciones que se activarán cuando otros constaten nuestro
fallecimiento; lo que parece cierto es que nuestro cerebro no puede pensar la
propia muerte con la misma convicción que piensa qué almorzaremos, cómo será la
casa que construiremos, de qué forma invitaremos a tomar un café a «esa persona tan especial».
Si
suponernos que sólo tomamos medidas para salvarnos de algún dolor (herida,
pérdida, desilusión), podemos comentar también que la energía que aplicamos a
esa estrategia precautoria (prevencionista, evitativa) depende de cómo
imaginamos la amenaza: una gran amenaza nos inducirá a tomar precauciones más
enérgicas que una pequeña amenaza.
Es acá
donde aparecen las propuestas «radicales», «extremas», «drásticas», «tajantes»:
«extirpar de raíz».
Efectivamente,
nuestra mente concibe al homicidio como la mejor solución y a la metodología
bélica como la más eficiente.
Cuando nuestra
mente piensa en soluciones «de raíz» puede estar intuyendo que el culpable de
nuestras peripecias es el «inconsciente», por ser la raíz de nuestra psiquis.
(Este es el
Artículo Nº 1.605)
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