domingo, 8 de mayo de 2011

Revaloricemos la mentira

La mentira tiene mala fama, popularmente es condenada, nadie confiesa ser mentiroso, aunque en los hechos es solicitada por la supuesta víctima.

Suele ser una criterio inteligente, bienvenido y aceptado que los especialistas en ciencias políticas y los historiadores reconocidos como confiables, engañen a la población para beneficiarla.

A nivel menos colectivo, todos estamos de acuerdo con las falsas expectativas que habitualmente generan los médicos.

Para confundir mejor nuestra moral y sentido común, nos resulta muy difícil darnos cuenta que las víctimas de la mentira son muchas menos de las que aparentan.

Efectivamente, tanto a nivel de poblaciones como de paciente, estamos pidiendo que nos mientan, porque intuimos con razón, que

— conocer la «verdad» nos causaría gran dolor y preocupación;

— este gran dolor y preocupación no tendría ningún beneficio porque en la mayoría de las circunstancias perjudiciales y penosas, es poco o nada lo que podemos hacer para impedirlas;

— evitamos recibir la verdad para no cargar con la responsabilidad que ella nos impone. Bajo el pretexto de la ignorancia podemos evadir costos, esfuerzos, riesgos;

— otro beneficio que tenemos cuando un gobernante o un médico nos mienten y nos damos cuenta, es que indirectamente nos autoriza a que actuemos de igual forma bajo la consigna «Si ellos lo hacen, por qué yo no». Todos tenemos experiencia sobre cuánto puede ayudarnos omitir ciertas confesiones;

— mentir también es saludable para conservar los vínculos cuando inteligentemente los vinculados saben que están permitidos los maquillajes de la realidad, el uso moderado de la falsedad, la diplomacia no académica y silvestre cuya intención sea beneficiar la convivencia.

En definitiva, ya tenemos suficientes motivos para decir que cuando recibimos datos falsos de gobernantes, médicos o seres queridos, lo que en realidad están haciendo es no defraudarnos.

En suma: Existen las mentiras piadosas y también las generosas, complacientes.

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