domingo, 8 de mayo de 2011

El autocastigo tranquilizador

El autocastigo, el asumir culpas injustamente e intentar pagar por ellas, aporta el beneficio de imaginar que podemos controlar el azar, los accidentes casuales y en definitiva, las pérdidas y la muerte sorpresivas.

Otras veces he mencionado (1) que los humanos tenemos algunas características que el mismo sentido común se encarga de ocultar.

Dicho de otra forma, cuando nuestro inconsciente quiere gozar clandestinamente, se las ingenia para que la conciencia vea el acto placentero como desafortunado (enfermedad, pérdida, dolor). El sujeto no puede creer que algo de él lo provocó.

En esta línea son bastante conocidos los actos fallidos y ya muchas personas han incorporado a su sentido común que si algo imprevisto me impide visitar a mi madre ... es porque en el fondo de mi corazón no quería verla ... aunque el mismo sentido común insista en decir «¿cómo piensas que no desearías ver a tu mamá, con lo mucho que la quieres?».

También han ganado popularidad los lapsus. Si alguien dice «Nos hemos preocupado de proteger la contaminación...», seguramente quiso decir todo lo contrario pero su inconsciente fue más sincero y lo obligó a confesar la verdad.

Algo menos conocido es por qué nos resulta placentero y conveniente asumir culpas que objetivamente no nos corresponden.

Por ejemplo, si somos asaltados por un maleante, en pleno duelo por la conmoción que nos provocó el incidente, se nos ocurre decir con tono severo «yo no tendría que haber pasado por ahí», «fui imprudente, es mi culpa», «no me explico cómo tengo este tipo de descuidos».

El beneficio está en que de esa manera la víctima puede construir la hipótesis de que su ocasional mala suerte está bajo control y gana en tranquilidad (alivia la angustia) imaginando que no volverá a ocurrirle.

Este alivio lo obtiene al costo de auto-culparse injustamente.

(1) Ciertos infortunios son indirectamente placenteros

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