domingo, 27 de febrero de 2011

Ignoremos a los que ya «saben todo»

Quienes estudian con devoción el pensamiento de los grandes teóricos, terminan sabiendo más de ese personaje que de lo que necesitamos saber para vivir mejor ahora.

Tengo muchas pasiones, pero dos de ellas se exhiben con más frecuencias en mis blogs: el amor y la calidad de vida. Dicho de otra forma: Los vínculos entre las personas y el bienestar económico.

Busco la felicidad universal pero no la felicidad ideal de estar siempre contentos, sin problemas, con alegría, sino otra menos pretenciosa, que tiene como característica que, en promedio, varios días se viven con cierto entusiasmo, curiosidad, tolerancia, proyectos, desafíos, juegos, escaso aburrimiento, con dolores sí, pero soportables y transitorios, con discusiones, conflictos, desentendimientos pero que no resulten pesados, mortificantes, hirientes, sino entretenidos, que nos estimulen a pensar, quizá estudiar, buscar argumentos.

Para lograr esta vida mundana, realista, concreta, material, sincera, que no necesite apoyarse en fantasías que se parezcan a un delirio psicótico, hacen falta dos cosas:

1) Conocerse a uno mismo (que no es tan sencillo porque hace milenios que lo intentamos con escaso éxito); y

2) Algo mucho más fácil ... una vez logrado el punto anterior: conseguir los recursos materiales para satisfacer nuestras necesidades y deseos, sin saciarnos ni hartarnos.

Como decía en otro artículo (1), la ciencia no está capacitada para acceder a estos logros porque cada vez está más especializada y quienes poseen esos conocimientos, no pueden ni podrán por mucho tiempo, trabajar en equipo porque cada grupo de especialistas parece vivir en chacras amuralladas que impiden el trabajo multidisciplinario.

Por lo tanto, obtener los objetivos 1) y 2) sólo puede estar al alcance de gente común, que pueda pensar libremente, que no sea erudita, docta, leída y sometida a lo que escribieron los ideólogos famosos.

(1) Los especialistas no se entienden

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