Algunos padres crían a sus hijos desinteresadamente. Otros no.
Las madres abnegadas son las que cuando dan de mamar a sus hijos, sienten que están haciendo algo grandioso y que se sacrifican por ellos.
Son personas con un narcisismo muy marcado aunque la cultura judeo-cristiana las encubre.
Ese pequeño que se alimenta según las leyes naturales, no sabe que está comprando la comida a crédito.
Inocentemente, no sabe que está succionando de un banco de leche. Aunque ella es una hembra como cualquier otra, se autopercibe como prestamista.
Durante varios años continúan los sacrificios de los padres por el niño, hasta que cuando es mayor y capaz de valerse por sí mismo, aparece la factura donde, con letras invisibles se le exige el pago de horas de insomnio, días de compañía, comidas, higiene.
Esta descripción, que puede sonar brutal para muchas pupilas sensibles, no es ficción terrorífica sino lo que ocurre en la trastienda (el inconsciente) de muchos padres que gestan y crían a sus hijos con fines disimuladamente económicos.
Felizmente, los estados han ido suavizando el impacto de estos endeudamientos con la creación de sistemas previsionales que les pagan a los ancianos un importe para subsistir que, de no ser así, tendría que ser afrontado con el dinero que los hijos necesitan para solventar el presupuesto de la familia que funde con otra persona.
Infelizmente, los estados no han ido suavizando el impacto de los endeudamientos afectivos. No se han creado aún indemnizaciones para los padres que sufren el síndrome del nido vacío.
Algunos padres ancianos se aferran a sus hijos exigiéndoles atención, amor, escucha, regalos, fiestas, paseos, alojamiento.
La situación es dolorosa, a todos nos conmueve de una u otra manera, pero es bueno saber que muchos padres parecen generosos aunque en realidad son mezquinos encubiertos.
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