sábado, 7 de junio de 2014

La puntualidad de Cupido



 
Ella fue al desierto como le había indicado su abuela bruja.

Siguiendo aquellas recomendaciones, se vistió según la profecía y no como hubiera merecido el lugar, la aridez, el calor sofocante, el aire cargado de polvo.

Se maquilló como para una fiesta. Se enfundó en un enterito muy ajustado, agregándose finalmente un largo tapado con capucha, sin botones, con tela estampada como un leopardo. Calzó las botas largas de tacos afilados. Tomó un estuche de capellina y en pocos minutos estuvo en aquel desierto inhóspito por el que, cada tanto, pasaba alguien.

A lo lejos vio una nube de polvo que se acercaba. Era un jinete envuelto en ropas negras. El caballo, también negro, con abundante cola, crines y cerda en las patas.

Ella le hizo señas como un caminante que pide ser llevado. La negra masa de músculos y telas se detuvo; el caballo se resiste, corcovea, y piafando lucha por continuar el galope. Detrás de la espesa barba se pudieron ver los labios invitando a subir, en árabe. Ella hizo un gesto de rechazo con la mano y el jinete continuó.

El maquillaje seguía imborrable, la ropa que la abrigaba a la vez la refrescaba. Las botas, muy cerradas y hasta las rodillas, eran comodísimas.

A lo lejos vio una nube de polvo que se acercaba. Era un camión verde, que echaba abundante humo por un caño de escape vertical. El ruido del motor era el de un vehículo mayor, quizá el de una locomotora transiberiana.

Ella le hizo señas como un caminante que pide ser llevado. El estruendo amainó. El vidrio del conductor bajó con la suavidad de un mecanismo eléctrico. Un hombre calvo y rechoncho asomó la esfera craneana. Se pudieron ver los labios que invitaban a subir, en griego. Ella hizo un gesto de rechazo con la mano, el vidrio volvió a su lugar y el rugido empujó la mole verde.

El maquillaje seguía imborrable, la ropa que la abrigaba a la vez la refrescaba. Las botas, muy cerradas y hasta las rodillas, eran comodísimas. Al sonreír, Ella sentía que la boca perdía la sequedad del desierto.

Pasaron varias personas de habla extranjera, montadas en los más diversos aparatos generadores de polvo, y Ella seguía rechazándolos con una sonrisa hidrante.

A lo lejos vio un punto planteado que se acercaba. Era una moto silenciosa, de horquilla delantera muy larga y rueda trasera anchísima. Quien la conducía tenía facciones muy delicadas, maquilladas como para una fiesta, con lentes envolventes tachonados de rubíes.

Ella le hizo señas como un caminante que pide ser llevado. La motoquera se detuvo, apoyó el taco afilado de su bota izquierda en el desierto, dejando ver una pierna larga, vestida en un pantalón de cuero plateado. La oscura cabellera resaltaba sobre la chaqueta.

Ella sintió eso que sienten los que encuentran lo que buscan. Recordó la infalible profecía de la abuela. Montó sobre el asiento trasero; verificó la genitalidad palpando, introdujo las frías manos por debajo de la chaqueta plateada, acarició los senos, apoyó toda su fascinación sobre la conductora, clavó las uñas en los senos provocando un gemido y un gesto de dolor. Giró  varias veces la anchísima rueda, la horquilla delantera se levantó levemente y la moto salió disparada, sin hacer ruido ni levantar polvo.

El estuche de capellina quedó ahí. Una ráfaga lo abrió y mostró que estaba vacío. Seguramente el autor habrá querido significar que su dueña, enamorada, perdió la cabeza.

………

Nota: Este relato fue parcialmente inspirado por el video clip de la cantante Shania Twain, titulado Tu no me impresionas demasiado.

(Este es el Artículo Nº 2.218)

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