En este artículo comento algunas hipótesis de por qué usted, yo y el resto de la gente, disfrutamos con el mal ajeno.
La
inagotable desigualdad es una fuente inagotable de noticias.
La
desigualdad provoca atracción por varios motivos:
1)
Porque nos excita la envidia, en tanto algunos están mejor que nosotros;
2)
Porque nos alegra saber que otros están peor, por aquello de «Mal de muchos
consuelo de tontos» y además, porque nos alegra saber que provocamos envidia;
3)
Porque nos alegra saber que otros están peor, por aquello de «Ver las barbas
del vecino arder y poner las propias en remojo», es decir, con la desgracia
ajena podemos tomar precauciones;
4)
Porque por medio de la identificación sentimos que el otro es «igual» a
nosotros, pero resulta que el dolor que nos produce la desgracia ajena nos parece
perfectamente tolerable. Entonces, la desgracia ajena nos provee una
experiencia de insensibilidad, de fortaleza, de estoicismo.
Esta actitud está presente
desde la más tierna infancia. Los niños disfrutan observando cómo otros lloran
porque son castigados y, hasta donde pueden, colaboran denunciando a los
amiguitos para disfrutar con el espectáculo de los rezongos y golpizas a
hermanos o amiguitos.
En suma: usted, yo y el resto de la gente,
disfrutamos con el mal ajeno, siempre y cuando no resultemos perjudicados. Si
no conocemos estas particularidades humanas quedamos expuestos a participar en
vínculos equivocados y a comunicarnos con sobreentendidos falsos.
Creo que es útil saber lo
lindo y lo feo, de nosotros mismos y de los demás. Aunque los tragos amargos
son desagradables para todo el mundo, peor es sufrir las pérdidas que generan
la ignorancia o la ingenuidad.
(Este es el Artículo Nº 2.198)
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