Opino que el
festejo de goles de los futbolistas profesionales forma parte de las prácticas
más engañosas de la industria del espectáculo.
Si tomamos en cuenta que personas muy
inteligentes creen en la existencia de Dios y hasta organizan su vida contando
con la influencia de esa entidad de realidad indemostrable, podemos creer casi
cualquier otra cosa; seguramente de algún lado sacaremos evidencias que justifiquen la afirmación que se nos ocurra.
Aunque no tengo mucha experiencia en el asunto,
sí llevo décadas haciendo zapping con el televisor y, he acá lo sorprendente:
los jugadores de fútbol, cuyas transferencias suman millones de euros, que
ganan por mes el equivalente a la totalidad de los sueldos de algunas pequeñas
comunidades, festejan los goles como si estuvieran divirtiéndose en una
despedida de soltero.
Pero claro, la industria del espectáculo es así:
— las coristas de un teatro de revista siempre
sonríen aunque estén con menstruación dolorosa o acaben de pelearse con el hijo
drogadicto;
— después de haber cantado miles de veces el
único tema que le ha dado de comer durante décadas, el cantante se retuerce de
angustia, de amor, de pasión, de desesperación. La voz y las manos le tiemblan;
cuando termina, queda en trance por unos minutos para aportarle credibilidad al
sentimiento impostado;
— el policía toma nota de la denuncia de hurto,
frunciendo el entrecejo, torciendo la boca disgustado por la inseguridad
ciudadana imposible de controlar, pidiendo más y más datos para que el vecino
salga de la comisaría convencido de que en pocos segundos, varios patrulleros
saldrán del garaje, con las sirenas abiertas, en varias direcciones, saturados
de policías furiosos, blandiendo sus armas, para capturar y despedazar in situ a los malvivientes que le robaron al pobre hombre, quien,
sin querer, dejó la puerta de su casa entornada y que, por ese motivo, cosa aun
más grave, los policías tuvieron que interrumpir una divertida partida de
naipes con los presos.
Pues sí: los
seres humanos somos infinitos. No hay experiencia suficiente que impida
sorprenderse con sus acciones. Felizmente, por ahora, no somos capaces de
conocer las intenciones. El día que eso suceda, los trabajadores que atienden
público y hasta los propios psicólogos, deberán estar preparados como para
resistir alternativas similares a las que demanda un viaje intergaláctico.
Pero, por
favor, está bien que hasta los más brillantes físicos, químicos y matemáticos
crean en Dios, pero no sigan creyendo en la alegría de los que hacen goles y
hasta se manosean como homosexuales exhibicionistas: es una farsa demasiado
grotesca.
(Este es el Artículo Nº 2.149)
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