domingo, 26 de enero de 2014

El instinto de conservación y la lucidez


El instinto de conservación exaspera nuestra lucidez mediante el dolor para que seamos eficaces en la conservación de la vida.

Aunque usted no lo crea, existen personas que no están preocupadas por el dinero.

Ellas lo tienen en cantidad suficiente; la cantidad que les llega parece tener una fuente inagotable; no están preocupadas por si algún día caerán en la indigencia, ni se les ocurre pensar en los vaivenes de la economía mundial: simplemente hacen ciertas tareas, cumplen ciertas obligaciones y el dinero suficiente llega con pacífica regularidad.

Para quienes viven corriendo tras los compromisos económicos, para quienes todos los meses padecen un cierto monto de angustia porque no llegan a fin de mes sin hacer malabares con los escasos recursos que tienen...o con la excesiva cantidad de gastos, imposible de abatir, para todas estas personas, repito, es quimérico imaginar que existan otras formas de vivir.

Más allá de lo que cada uno sea capaz de suponer, hay gente que no padece preocupaciones económicas, pero padece otro tipo de preocupaciones porque, según parece, las preocupaciones son un ingrediente natural para que el fenómeno vida solo se detenga lo más tarde posible (1).

Las preocupaciones de quienes no tienen problemas económicos consisten en cómo entretenerse, en cómo darle sentido a la existencia, en cómo llenar el tiempo libre.

Nuestra mente está especializada en detectar rápidamente las carencias pero es muy torpe para detectar todo lo demás. Está diseñada para captar el dolor pero tiene dificultades para registrar el alivio.

La Naturaleza es sabia: como lo único que puede poner en riesgo la existencia suele avisar su proximidad provocándonos dolor, el instinto de conservación nos aumenta la conciencia, la lucidez, el estado de alerta, con las sensaciones dolorosas, para que actuemos defensivamente y se cumpla el objetivo principal: vivir.


(Este es el Artículo Nº 2.094)


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