viernes, 2 de agosto de 2013

Percibimos el dolor pero no el alivio


Los menos favorecidos sufren más porque celan y envidian a los ricos. Estos no son conscientes de su bienestar.

¿Recordáis la Fiesta de San Fermín, en Pamplona, donde la gente corre 849 metros delante de toros que solo avanzan, llevándose por delante y pisoteando a cualquiera que se le atraviese? Bien, la madre de Sofía, con su sinceridad, es como cualquiera de esos toros: embiste y pisotea a quienes se le atraviesen en el camino.

La madre de Sofía y la Fiesta de San Fermín tienen defensores y detractores.

Esa característica de la señora fue muy trascendente para sus hijos porque ella prefería al varón y apenas toleraba a la hija.

Esta niña tuvo celos y envidia porque su instinto de conservación la ponía en pie de guerra cuando la madre no disimulaba la predilección por Antonio, un varoncito que pocas veces se dio cuenta de los beneficios que recibía y de la penosa situación de su hermana.

Sin embargo, Sofía no podía dejar de culparlo porque imaginaba que el niño hacía cosas a propósito para perjudicarla.

Para Sofía fue difícil comprender que era su mamá la  causante de las injusticias porque así somos los humanos: no acusamos a los culpables sino a quienes podemos acusar.

Como la niña necesitaba la poca atención que le daba su mamá no pudo aceptar que ésta era la responsable de tan grosera discriminación.

Nuestro discernimiento es tan débil y vulnerable que difícilmente podamos ser justos, especialmente juzgando aquello que nos perjudica, con la determinación del culpable, con la identificación de nuestros enemigos.

Así funcionamos y no es extraño que también los Ministerios de Justicia tengan más dificultades en castigar a un ciudadano rico que a uno pobre.

Los ricos, al igual que Antonio, realmente no se dan cuenta de que son privilegiados.

(Este es el Artículo Nº 1.935)


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