Todo discurso es inútil pues solo describe hechos consumados
o fenómenos inevitables, ajenos a la voluntad del hablante.
Probablemente usted conoce a muchas personas
que no quieren tener una idea genial por temor a que se las roben.
También conoce a otras que no desean
enriquecer porque los familiares y amigos más abusadores pretenderán vivir de
su talento, lo cual le acarreará fuertes dolores de cabeza, desilusiones y
furia, sentimientos estos que son suficientes para aferrarse a la otra opción:
ser pobres.
Algún día inventarán un aparato que podrá
reproducir todo lo que la mesa de un bar escuchó, o las almohadas matrimoniales,
o las salas de espera de los prostíbulos.
Ese día podremos escuchar los grandes
proyectos etílicos, los futuros venturosos post-coito y las espirituales
reflexiones pre-coito.
Aunque todo haría indicar que esas
conversaciones son inútiles, me animo a decir que no son más inútiles que las
demás.
Sí, tiene razón, debo explicarme!
Desde el punto de vista de quienes no creemos
en el libre albedrío (1) y suponemos que las cosas ocurren naturalmente, por el
devenir natural de los acontecimientos, pero que nuestro cerebro se apropia de
esas circunstancias y las acomoda para presentarlas como la consecuencia de
nuestra decisión autónoma, libre, determinante, transformadora, voluntarista,
creemos, repito, que todo lo que hablamos está desvinculado de la realidad
material.
Pondré un ejemplo de cada conversación inútil.
1) Alguien posee una empresa, es decir, una
organización tan natural como son un panal de abejas, un hormiguero o una
manada de lobos que cazan en equipo.
Esta empresa-hormiguero tiene su propia
dinámica. Las personas-hormigas hablan, hablan, hablan, pero todo funciona
automáticamente. Ellos hablan de hechos ajenos a su protagonismo. Por eso
hablan inútilmente.
2) Quienes sólo poseen imaginaciones
despegadas de la realidad, también tienen conversaciones tan inútiles como las
del empresario-hormiga.
(Este es el
Artículo Nº 1.569)
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