sábado, 17 de julio de 2010

Ver la viga en el ojo ajeno

Si varias personas tenemos una lista de diez problemas para resolver, nos formaremos espontáneamente dos grandes grupos:

1) los que comienzan por los más difíciles;

2) los que comienzan por los más fáciles.

Son muchos menos los que sigan el orden de la lista y los que vayan resolviéndolos en cualquier orden.

He hablado con gente del primer grupo (problemas difíciles primero), y me dicen que siempre hacen eso porque saben que, a medida que se van cansando, rinden menos.

La gente del segundo grupo (problemas fáciles primero), me dicen que comienzan por los más fáciles para darse ánimo (juntar coraje), o para entrar en calor, y hasta alguno me comentó que si se muere en mitad de la prueba, no se habrá esforzado inútilmente.

Los seres vivos somos atraídos por el placer y rechazamos el dolor.

Desde este punto de vista, quienes comienzan por los difíciles, están haciendo algo opuesto a la tendencia natural (reprimen sus impulsos) y los que comienzan por los fáciles, se dejan llevar por su instinto básico (ceden a sus impulsos).

Aunque ninguno de los grandes grupos está ni bien ni mal, es probable que existan consideraciones que tomen en cuenta la conveniencia, el realismo, lo estratégico, lo posible.

En la vida diaria, quienes comienzan por los problemas más fáciles, seguramente tratarán de resolver los conflictos interpersonales, procurando que sean los demás quienes cambien sus ideas, forma de ser, conducta.

En la vida diaria, quienes comienzan por los problemas más difíciles, están en condiciones de usar su voluntad y disciplina, para observarse y mejorar lo mejorable.

Tenemos que reconocer que contamos con más recursos y posibilidades para corregir errores propios que para corregir errores ajenos.

Convengamos en que es muy difícil ver los errores propios; por eso muchos lo postergan hasta la vejez.

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