Hay quienes piensan que es necesario tener fracasos, para obtener la idoneidad suficiente.
¿Cuántos puentes se le deben caer a un futuro buen ingeniero?
¿Cuántos pacientes se le deben morir a un futuro buen médico?
Quienes han recibido la doctrina del martirio pedagógico, del sufrimiento educador, de «la ley con sangre entra», están constituidos para suponer que el dolor es un gran maestro y que provocarlo permite acelerar (controlar) el proceso de maduración (desarrollo, crecimiento personal).
De nuestra especie sabemos poco.
Conocemos nuestro cuerpo hasta donde nuestros sentidos y tecnología lo permiten, pero ignoramos lo que nuestros sentidos y tecnología no perciben.
Es posible pensar que las creencias (prejuicios, ideología, fobias) son las que son porque nuestro cuerpo es como es y funciona como funciona (¡perdone la obviedad!).
En otras palabras: si yo creo que existe Dios, es porque mis células tienen tal morfología (forma, estructura, característica) que segregan ese pensamiento.
Por el contrario, si soy ateo es porque mis células son y funcionan de tal manera que descartan la existencia de un ser superior.
El psicoanálisis demuestra que el habla cambia (a veces en forma definitiva) esa estructura anatómica y fisiológica (células y su funcionamiento).
Por su parte, la psiquiatría demuestra que la ingestión de ciertas sustancias, provocan transformaciones con mayor rapidez (y menor estabilidad) que las palabras oídas o leídas.
En suma: quienes están anatómica y fisiológicamente constituidos para provocarse dolor y fracasos, lo hacen porque su cuerpo (especialmente el cerebro y ciertas glándulas), funciona bien así.
El cuerpo de los demás está constituidos para pensar que la mejor estrategia consiste en aprender de los errores ajenos y de los propios que no se pudieron evitar.
El cuerpo de algunos lectores podrá aceptar este punto de vista y el de otros, no.
●●●
No hay comentarios:
Publicar un comentario