El sentido común cree que la productividad de los trabajadores está vinculada con el salario, pero esto no es así.
El sentido común nos sugiere
dulcificar nuestra fantasía pensando que somos máquinas, es decir, inmortales,
reparables, capaces de tener un rendimiento como el que tiene nuestro vehículo,
ventilador o abrelatas eléctrico.
Pero el sentido común es una
organización secreta con la que logramos sostener creencias agradables cuyo
principal valor consiste en la popularidad, en el consenso, en la otra gran
creencia según la cual las mayorías no se
equivocan.
Las mayorías infalibles creen que el nivel salarial regula
la productividad de los trabajadores, con tanta exactitud como la velocidad de
un vehículo cuando recibe más combustible del acelerador.
Esta creencia genera despilfarros porque los administradores
con sentido común malgastan el dinero que deberían cuidar tratando de que los
trabajadores estén motivados. Sorprendidos, esos administradores no terminan de
entender por qué los aumentos salariales no mejoran la productividad.
La situación paradojal no se
resuelve porque los administradores necesitan imaginar que ellos mismos son
máquinas, inmortales, reparables, que no sufren dolores, capaces de recibir un
repuesto original cada vez que algún órgano se deteriora.
Por su parte, los trabajadores
y sus líderes sindicales también son personas dotadas del maravilloso sentido
común y cuando reclaman aumentos salariales lo hacen porque el dinero no les
alcanza, lo cual también puede ocurrirle a cualquier millonario pues las
necesidades y los deseos humanos son casi ilimitados.
Aunque todo esto parece una
gran equivocación, al final termina resolviéndose razonablemente porque la
presión que se le hace a cualquier empleador tiene un límite impuesto por la
realidad del mercado.
Si un empresario no tiene
costos competitivos debe clausurar sus actividades y prescindir de los
trabajadores que ocupaba, por eso las demandas salariales del sentido común se
autorregulan sensatamente.
(Este es el Artículo Nº 1.872)
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