Muchos ciudadanos sabotean la libertad y la democracia porque, sin saberlo, necesitan un régimen que los vigile para sentir que existen.
Entre tantas particularidades
que nos identifican está la sensibilidad al dolor y al placer: Algunas personas
disfrutan con pequeños estímulos gratificantes y otros necesitan grandes dosis.
Otra particularidad, similar a
la anterior pero menos conocida, es la que refiere a cuántas señales necesita
cada uno para sentir que existe.
Por ejemplo, un artista que
conoció el éxito puede sentirse al borde de la muerte cuando ya nadie le pide
autógrafos y, por el contrario, quien ha pasado muchos años en la soledad de
una cárcel o en el ostracismo de un convento, puede quedar al borde de un
infarto si cuando visita a su familia es rodeado por diez personas que le dan
una bienvenida muy ruidosa.
Otra particularidad, similar a
las anteriores pero que es menos conocida porque nos resistimos a creer en ella,
refiere a cómo desearíamos vivir en un régimen antidemocrático, policíaco,
represivo, controlador, persecutorio.
Tanto nos oponemos a creer que
somos capaces de preferir una dictadura, que nos indignamos cuando circulan
rumores sobre algún tipo de control estatal sobre nuestra identidad, hábitos,
patrimonio.
Una de las peores
características del psicoanálisis es la de permitir que los analizantes se
sientan en libertad de decir lo que piensan, sin interponerle censura alguna,
aceptándolos como son.
¿Por qué ocurre esto de rechazar
la libertad aunque, golpeándonos el pecho, luchamos por ella?
Como dije más arriba, no todos
tenemos la misma sensibilidad ante las señales necesarias para sentir que
existimos.
Para muchas personas es muy
tranquilizador saber que la policía controla sus llamadas telefónicas, que les
abre la correspondencia, que vigila con quienes se reúnen, porque necesitan que
alguien reconozca su existencia dándole señales en dosis muy altas.
(Este es el Artículo Nº 1.825)
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