Un niño que no se sintió bien tratado en su primera infancia puede generar un adulto que se vengue de toda la sociedad.
No merece mucha fundamentación asegurar que
los seres humanos somos vengativos.
Se dice que la gran revolución filosófica que
propuso Cristo tenía algo que ver con este espíritu vengativo que engalana la psiquis de los humanos,
generalmente tan orgullosos de su especie, capaces de despreciar a otras porque
son tan estúpidas que no se toman venganzas terribles contra quienes las
perjudicamos.
Un conocido soberano de Babilonia (Hammurabi –
1792-1750 antes de Cristo) creó un código en el que se estipulaba la normativa
según la cual, «Ojo por
ojo y diente por diente». Me refiero a la Ley del Talión.
Es
increíble que en pleno siglo 21 se sostenga que esta Ley era cruel cuando no
faltan respetables ciudadanos que son capaces de matar a quien intente robarle
su vehículo.
La Ley del
Talión no es otra cosa que la obligatoria proporcionalidad
que se les exige a quienes actualmente se defiendan de cualquier ataque. Según
esta Ley del Talión del actual siglo 21, sería esperable que si alguien roba tu
vehículo, tú le exijas una indemnización similar al valor del bien y no mil
veces mayor.
Y ahora me
aparto solo aparentemente del tema.
La
condición vengativa de los seres humanos podría ser la causa de que unas
primeras experiencias de vida con la madre o quien hagas las veces, genere
conductas agresivas inexplicables sin contar con el concepto “venganza”.
Si una
madre tiene la particularidad de hacer esperar a su hijo, exponiéndolo a
fuertes dolores por hambre, incertidumbre de abandono, angustia, porque ignora
sus llantos de hambre, soledad, frío o falta de higiene, sería lógico que ese
niño se vengue de todos nosotros pues fuimos representados por ella.
(Este es el Artículo Nº 1.774)
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