lunes, 2 de septiembre de 2013

No es curativo conocer los traumas infantiles



 
Aunque el psicoanálisis reconoce que en nuestra primera infancia pudo estar la causa de malestares adultos descubrirla no será solución.

Un odontólogo me sorprendió recomendándome tomar un calmante del dolor antes de concurrir a su consulta.

— ¿Quiere que tome un calmante antes de sentir el dolor?—, le pregunté extrañado.

— Sí, de esa forma se sentirá protegido y estará menos predispuesto psicológicamente a sentir algún dolor—, me explicó.

Aparentemente tuvo razón porque no sentí ninguna molestia importante.

En algunos casos el psicoanálisis funciona como un calmante preventivo.

Es bastante popular la creencia, proveniente del psicoanálisis, según la cual las experiencias infantiles pueden ser la causa de perturbaciones psicológicas en la edad adulta.

Cuando estas perturbaciones incluyen síntomas molestos tales como angustia, insomnio, irritabilidad, comenzamos por pensar que están provocados porque nuestra madre era así o asá, o nuestro padre tuvo la mala costumbre de, o en aquella época las maestras...

Al pensar de esta forma procuramos aliviar los síntomas molestos, desearíamos que al encontrar la causa nuestra psiquis se reacomodara como para sentirnos bien, sin angustia, sin insomnio, sin irritabilidad.

Pues no, esto no da resultado aunque logramos postergar los cambios en nuestro modo de ser que son la verdadera causa de los problemas que nos molestan.

Efectivamente, de nada nos sirve culpabilizar a ciertos personajes influyentes de nuestra historia. Aunque pudiéramos condenarlos por los errores que cometieron, quizá veríamos aplacada nuestra sed de venganza, pero no mejoraríamos.

Este procedimiento (culpar a otros de nuestros defectos psicológicos) no da resultado, por eso tendremos que utilizarlo como un calmante provisorio mientras buscamos nuevas formas de entender la realidad, de reaccionar ante las dificultades, de autoevaluarnos con mayor objetividad.

Si una muela tiene caries tendremos que curarla y si nuestra psiquis no está adaptada a la vida que nos tocó, también.

(Este es el Artículo Nº 1.980)

domingo, 4 de agosto de 2013

El parto es doloroso por obligación



Los partos son dolorosos por razones ajenas a las anatómicas o fisiológicas. Paradójicamente, ellas deben sufrir por obligación.

Si nuestra cultura fuera otra, las mujeres no tendrían que sufrir tanto dolor en el parto.

Dadas las condiciones fisiológicas y teniendo en cuenta cómo funcionan las demás hembras mamíferas, ese dolor no debería existir.

Existe porque somos torpes, débiles, neuróticos, distanciados de la naturaleza por puro orgullo racial, como si fuéramos seres superiores a los demás animales.

Hombres y mujeres estamos convencidos de que el parto debe ser doloroso y, como no aceptamos estar equivocados, el obediente cuerpo femenino sufre, cada contracción parece un desgarro, el nacimiento de un niño se convierte en una tragedia.

Nuestra cultura sigue pensando en términos mágicos, cree en Dios y supone que la Biblia es un libro sagrado. Si ahí dice que la mujer parirá con dolor, seguramente parirá con dolor.

El predominio del sexo masculino se debe a que nosotros (los varones) tenemos más fuerza muscular que ellas, es decir que en el siglo 21 sigue predominando la fuerza (bruta).

Aunque el sexo femenino tiene la tarea más importante en cuanto a la única misión de cada especie (reproducirnos), los varones abusamos por ser más fuertes y les damos un apoyo limitado, que necesita ser reforzado por leyes, amenazas, presión social, pero no porque los caballeros tengamos real vocación de padres solidarios con las madres.

Muy probablemente ellas griten y a veces insultan al varón que las embarazó, tratando de que él se sienta un poco culpable, que se solidarice con el dolor de ella, que no debería sufrirlo si no fuera porque tiene que presionar moralmente a su compañero y también al resto de la sociedad para que, con ese chantaje emocional, seamos un poco más participativos en la única misión de reproducirnos.

(Este es el Artículo Nº 1.967)


viernes, 2 de agosto de 2013

Morir no es lo peor



 
El cambio más dramático es el de estar aliviados a estar doloridos, aunque insistimos en creer que lo peor ocurre con la muerte.

La teoría de la Gestalt (1) es la que mejor explica nuestro modo de percibir por contraste: blanco sobre negro, silencio sobre ruido, liberación sobre desolación.

Cuando los contrastes están ubicados en distintos tiempos la percepción toma un cariz especial.

Notamos claramente el efecto perceptivo que ocurre cuando estalla un trueno en el silencio de la noche; notamos claramente el efecto perceptivo que ocurre cuando un objeto blanco está apoyado sobre un fondo negro; notamos claramente el efecto perceptivo que ocurre cuando un dolor es calmado mediante la inyección intravenosa de un anestésico.

Sin embargo, el efecto perceptivo que ocurre cuando se va el último invitado de una fiesta que saturó socialmente nuestro hogar (liberación), no es tan notorio si dos o tres días después nos sentimos sumidos en la desolación porque ni siquiera alguien nos llama por teléfono.

Algo similar ocurre cuando el enamoramiento va desgastándose, lenta pero inexorablemente, y cuando queremos acordar, solo nos queda un dulce recuerdo que se «recorta» gestálticamente sobre un triste sabor amargo.

La percepción que surge de dos sensaciones opuestas pero distantes en el tiempo nos provoca sensaciones especiales pues pasamos de estar alegres a estar tristes, es decir que lo que cambia para construir la percepción somos nosotros mismos, nos transformamos.

Ya no son los colores, los sonidos, los perfumes de algo exterior lo que cambia sino que la percepción se construye con cambios personales que contrastan: estamos bien y pasamos estar mal; todo nuestro cuerpo parece cambiar, como cambia el color de la piel del camaleón.

El cambio más dramático es el de estar aliviados a estar doloridos, aunque insistimos en creer que lo peor ocurre con la muerte.

 
(Este es el Artículo Nº 1.975)

Los dolores del parto y los ciudadanos culpables



 
Aunque el parto no es biológicamente doloroso, en nuestra cultura necesitamos ser hijos endeudados (¿culpables?) de madres sufrientes.

En dos artículos (con sus videos) anteriores (1), les he comentado que el parto de las mamíferas no es anatómica y fisiológicamente doloroso, pero sin embargo duele. En algunos casos duele tanto que las mujeres gritan con desesperación.

El dolor del parto existe, lo que quizá ocurra es que las causas de ese dolor no sean las popularmente conocidas sino otras.

El sentido común nos asegura, con total convicción, que si la cabecita de un niño sale por la vagina, sólo puede ocurrir en condiciones tremendamente traumáticas, penosa, sacrificiales.

El sentido común no toma en cuenta que ese cambio transitorio en la elasticidad de los tejidos está predeterminado hormonalmente.

Para sostener esta creencia durante siglos tenemos que tener motivos, como por ejemplo, que a las mujeres les convenga dramatizar la experiencia, es decir, darle un valor trascendente, emocionante, espectacular.

Claro que la mentira es un fenómeno individual y no colectivo. Los colectivos nunca pueden organizarse para mantener un dato falso. Por eso el dolor de parto es innecesario, teóricamente imposible, pero para que esto se mantenga las mujeres deben sufrir realmente, para lo cual deben estar sugestionadas, convencidas, hipnotizadas por la creencia popular en el parto doloroso.

En suma: muchas mujeres padecen partos mortificantes, altamente penoso, temibles.

Una de las consecuencias de esta creencia popular tiene que ver con la deuda de gratitud que tiene el ser humano desde el momento de nacer. Alguien tuvo que «sacrificarse» para que él naciera.

De hecho nadie repara en cómo nuestros padres gozaron en el momento de la concepción (fecundación). Nadie piensa que somos el resultado de una experiencia pasional, de erotismo supremo, de un goce maravilloso.

Preferimos madres sufrientes y niños eternamente endeudados (¿culpables?).

   
(Este es el Artículo Nº 1.950)

Las parturientas y el maltrato social



 
Las mujeres indignadas por el maltrato social que padecen, protestan y gritan cuando paren, pero no por los dolores físicos.

En otro artículo les comentaba, en el título y en el texto, que «El parto es doloroso por obligación» (1).

El tema gana interés si partimos de la base de que, anatómica y fisiológicamente, no hay motivos para que el proceso de parto sea doloroso, aunque sí especial, novedoso, distinto a otras sensaciones.

Frecuentemente insisto con la idea de que la única misión que tenemos los seres vivos en general es la de conservar la especie y, por deducción, también repito que en esta única misión es el sexo femenino el más comprometido pues realiza casi toda la tarea de gestar y criar a los nuevos ejemplares.

Otro argumento de por qué el parto tiene que ser doloroso por obligación social, son los siguientes:

Aunque se trate de un fenómeno natural está desmesuradamente medicalizado.

Toda la sociedad parece confabulada para que la embarazada se someta a controles médico-policiales, como si el cuerpo en juego no fuera el de una ciudadana libre sino el de un animal rigurosamente domesticado.

En los países donde se les prohíbe abortar la situación es más grave aún pues no solo deben someterse a controles similares a los que cumplen los presidiarios con libertad condicional (presentarse periódicamente a un control policial), sino que se les obliga a gestar y cuidar durante casi dos décadas a un ser que no desean.

Como las mujeres son seres dignos sujetos a condiciones indignas, no tienen más remedio que someterse pero aliándose con el enemigo, simulando adherir a esos vejámenes, a ese maltrato denigrante.

Esa alianza se manifiesta en que son capaces de apoyar la continuidad de una filosofía machista.

Las parturientas quizá gritan por el maltrato social que padecen.

 
(Este es el Artículo Nº 1.968)