viernes, 2 de mayo de 2014

Fuimos un niño pobre



 
Somos ineficaces para resolver la desigualdad en el reparto de la riqueza porque nuestros sentimientos son definitivamente egoístas. No queremos ayudar a los pobres, queremos sentir lástima por las privaciones que padecimos en nuestra niñez.

Me atrevo a afirmar que el dolor que nos provoca la injusticia distributiva, la desigualdad económica entre pobres y ricos, recibe la mayor intensidad emocional de nuestro pasado, de cuando éramos niños y estuvimos casi permanentemente frustrados de la peor manera.

A todos nos ocurrió porque es inevitable: la niñez se caracteriza por una enorme fuerza deseante y, a la vez, por la casi total imposibilidad de que alguien logre darnos satisfacción. No podrían hacerlo ni con toda la fortuna planetaria.

La mentalidad fantasiosa nos hace pensar que los adultos son egoístas, que son millonarios que deliberadamente, con total maldad, se ensañan privándonos de eso que tantos necesitamos para ser definitivamente felices: «Esa muñeca o ese camioncito rojo, ¡qué les cuesta!, ¿por qué son tan miserables que no me lo compran?»

Los ricos, que poseen la mitad de la riqueza mundial, reciben estos mismos sentimientos cuando la prensa nos reitera los padecimientos infames que sufren injustamente millones de personas, especialmente niños.

Como nuestras frustraciones infantiles son tan horribles que terminamos olvidándolas para no seguir padeciendo, casi todos los adultos no pueden creer que su dolor actual venga desde su infancia. Por el contrario, están convencidos de que es la sensibilidad normal, propia de un ser humano mentalmente sano, la que no puede tolerar que unos pocos ricos sean los causantes de tanto dolor.

Quizá pueda decirse que, efectivamente, es lamentable que una mayoría sufra privaciones, pero de todos los sentimientos que nos dispara esta situación, probablemente tengan un 10% de realismo y un 90% de reactivación de lo que fue nuestra triste historia y que tuvimos que olvidar, (o por lo menos quitar de la conciencia), para no sufrir inútilmente.

No sería extraño que estemos perdiendo noción de realidad cuando nos dejamos llevar por sentimientos inadecuados. Si pudiéramos destinarle el interés que realmente se merecen las desigualdades socio-económicas, quizá podríamos tomar decisiones más acertadas pues, las que se han tomado en los últimos siglos, son totalmente ineficaces.

Somos ineficaces porque nuestros sentimientos solidarios son mayoritariamente egoístas. No queremos ayudar a los pobres, queremos sentir lástima por aquello que nos pasó y que tenemos reprimido en el inconsciente.

 (Este es el Artículo Nº 2.188)

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