viernes, 5 de agosto de 2011

Los costos de algunos temores

Quienes temen ser acusados de incumplidores o morosos suelen convertirse en víctimas de aquellos que nunca devuelven lo que reciben.

Los organismos funcionan porque están permanentemente buscando un equilibrio que una vez logrado vuelve a perderse.

En los seres humanos la sensación subjetiva de desequilibrio se manifiesta a través de algún malestar: dolor, angustia, náusea, etc.

Cuando estos malestares son insufribles, ya sea por su intensidad o por la baja tolerancia de quien los padece, se disparan acciones automáticas de compensación que son tan exageradas como la hipersensibilidad del afectado por el desequilibrio.

Lo digo de otra forma: la sensibilidad al dolor varía de una persona a otra. Por ejemplo, quienes practican boxeo la tienen muy baja. Con uno solo de los golpes que recibe un boxeador, un adulto hipersensible necesitaría una semana de recuperación a máxima quietud.

Este adulto muy impresionable quizá sólo necesita reposar una hora para recuperarse del mencionado golpe pero sin embargo el exceso de sensibilidad lo obliga a exagerar el tiempo de recuperación y lo extiende a siete días.

En situaciones menos tangibles que un golpe de puño, esta reacción exagerada puede convertirse en una virtud.

Por ejemplo, un joven con fuerte amor propio (exceso de sensibilidad) pierde un examen de biología. Como es la primera vez que le ocurre una «tragedia» de tal magnitud, el joven exagera la reacción y veinte años después recibe un premio nacional de medicina.

Quienes temen endeudarse y les horroriza imaginar que alguien les reclame un pago, se compensan dando, regalando, prestando preferentemente a quienes tienen fama de malos pagadores.

Estas personas logran cierta paz interior cuando se aseguran de que «los demás» les deben (aunque nunca recuperen lo que prestaron).

El reequilibrio exagerado del temor a ser acusado de moroso o incumplidor genera pobreza patológica.

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