El encandilamiento es una pérdida de la sensación visual, producida por un exceso de luminosidad.
Nuestros cinco sentidos funcionan dentro de cierto rango de estímulos. Si estos son demasiado débiles o demasiado intensos, perdemos la capacidad de registrar la sensación.
Fuera de los cinco sentidos, ocurren cosas parecidas y mencionaré una de ellas.
Si estamos interactuando en un grupo de personas (estudio, trabajo, familia), las sensaciones desagradables pueden llegar a ocultar a todas las demás.
La reacción natural, nos lleva a suponer que «en ese lugar no podemos seguir estando», porque nos hace daño, nos perturba, nos enferma.
La respuesta adaptativa más usada por todos es apartarnos, dar un paso al costado, renunciar, huir.
Cuando esa renuncia nos permite retomar la normalidad que habíamos perdido, notamos que en aquel grupo humano ocurrían cosas tan agradables como para extrañar su ausencia.
A partir de constatar que añoramos las circunstancias que abandonamos por insoportables, nos invade la convicción de que cometimos un error.
Comienzan entonces las auto-recriminaciones y reaparece el malestar que quisimos evitar, ahora provocado por el arrepentimiento.
Estos dolorosos acontecimientos ocurren porque no nos conocemos lo suficiente.
Cuando estuvimos padeciendo una situación que nos pareció insoportable, seguramente hicimos lo único que podíamos hacer: apartarnos.
A nivel psíquico, también ocurre algo parecido al encandilamiento: un estímulo excesivo nos impide registrar la existencia de otras sensaciones.
Sin embargo, aquello realmente sucedió, corríamos el riesgo de enfermarnos, sólo que al desaparecer el factor más irritante, aparecen otras percepciones que también existían, pero que no pudimos disfrutar.
Los casos típicos ocurren en relaciones laborales, conyugales, deportivas, políticas, religiosas. O sea: en cualquier interacción que incluya un factor excesivamente molesto (encandilante, abrumador).
Si luego sufrimos de arrepentimiento, es porque olvidamos las causas que justificaron la decisión.
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