domingo, 20 de junio de 2010

«¡Me gustas tanto que te comería!»

Estamos casi todos de acuerdo en que la sonrisa es un fuerte atractivo en la expresión facial de las personas.

Las imágenes muestras las sonrisas de Julia Roberts y de Tom Cruise.

Fueron elegidas porque sus caras se ajustan a las preferencias estéticas de una mayoría de occidentales.

Recurrentemente repito ciertas cosas porque me parece que están en el centro de nuestra psiquis.

Una de ellas es que los humanos necesitamos amor, aceptación, reconocimiento (1).

Con menos frecuencia les he comentado que tenemos miedo a nuestro deseo (2).

En esencia, tememos que por satisfacerlo, seamos víctimas de una trampa, de un castigo (para quienes poseen deseos prohibidos), o de consecuencias dolorosas (orgánicas o morales).

Si tenemos deseos y miedo al deseo, vivimos en conflicto, tenemos dudas a veces inespecíficas, difusas, como si estuviéramos amenazados por enemigos invisibles.

En estas circunstancias nos angustiamos, tenemos ansiedad, padecemos nerviosismo, insomnio, desinterés sexual, trastornos en la alimentación, alteraciones del humor, decaimiento, y varios otros síntomas igualmente molestos.

No solamente los síntomas son de por sí incómodos, sino que la incertidumbre sobre su causa es otro factor irritante.

Algo que podemos pensar es que el mayor problema está en que nuestro deseo es autodestructivo y por eso, nos tememos.

Ese fantasma que nos amenaza, somos nosotros mismos.

Comencé este comentario con atractivas sonrisas porque, algo que podría pensar, es que esa expresión facial, ese gesto tan atractivo, no es más que un gesto de que somos aceptados al punto de que desearían comernos.

La exhibición de la dentadura, es amable porque el resto de la cara (ojos, cejas, nariz, frente) se muestra amigable, pero es legítimo suponer que nuestro deseo de ser amados, reconocidos y aceptados, es tan grande, que nos halaga hasta el mortífero ofrecimiento de ser devorados.

(1) «Arrésteme sargento»

(2) El miedo al deseo

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