lunes, 10 de noviembre de 2014

El puñal de Mariana




En este relato, Mariana representa lo que el varón teme de la mujer. El miedo a ser castrados por una vagina dentada está simbolizado en este relato en el que una adorable mujercita es sospechada de cometer crímenes terribles.



En el transcurso de 1921, Mariana quedó viuda y huérfana. Los vecinos de la granja que habitaba esperaron que llorara por tantas desgracias juntas, pero la muchacha no sentía nada por aquellos hombres que llegaron a su vida sin que los buscara. Había sido un accidente que fuera hija de un productor rural apático y casi alcohólico; y había sido un accidente que tuviera que casarse, no con el único varón que conocía, pero sí con su primo Roberto, debilucho, de piel suavísima y sonrisa bobalicona.

Surgieron como hongos los acompañantes misericordiosos, los consejeros repletos de buenas intenciones, los geniales inversores para la pequeña fortuna. No aparecieron, sin embargo, vecinas.

Mariana no había vivido casi treinta años en vano. Algunas cosas sabía, pero eran más las que desconocía, por ejemplo, a su propio cuerpo. Siempre lo había considerado un parásito que vivía pidiéndole descanso, comida, calmantes para los dolores menstruales.

Un día de otoño, ese cuerpo antipático se levantó de buen talante. Ella se sintió extrañamente divertida cuando el muy vago le pidió ropa colorida, calzado elegante, perfumes, maquillaje.

Estas nuevas necesidades la obligaron a visitar la ciudad. Ahí encontró algo que la piel venían pidiéndole con señales confusas: un varón.

Un elegante señor de su misma edad fue el seleccionado por aquella anatomía radiante que, como señal inequívoca, se erizó de pies a cabeza.

El plan de dedicar unas pocas horas para hacer compras terminó en una estadía por tiempo indeterminado. Necesitaba quedarse cerca de aquel electrizante semental.

Como suele ocurrir, el fluido magnético envolvió al hombre; este obedeció la inapelable atracción, y se enamoraron.

Rogelio, así se llamaba, fue muy feliz durante varios meses pero empezó a extrañar su vida en la ciudad. Ella, comprensiva, lo alentó para que fuera a divertirse como cuando era soltero.

En uno de estos viajes conoció a una ofídica mujer. Años después, recordando lo sucedido, llegó a pensar que fue puesta en su camino por alguna fuerza maligna y sobrenatural.

Lo sedujo con métodos radicales, reavivándole los rasgos perversos que todos tuvimos alguna vez en la infancia. La situación sentimental llegó a tal extremo que, después de cada relación sexual, se divertían confabulando sobre cómo matar a Mariana.

El plan homicida fue ganando precisión y perfidia. Rogelio, durante varias semanas, fue obsesionándose mientras iba y venía de la ciudad a la granja. Llegó un momento en el que al homicidio perfecto no le faltaba nada para ser perpetrado, excepto porque ocurrió lo único que los malévolos amantes no habían considerado: Mariana quedó embarazada.

La alegría de la muchacha fue desbordante, el amor que sentía por su esposo trepó a niveles místicos. El hombre, atormentado, quedó sumido en la perplejidad. Tenía dificultad para hacer el amor con la golfa. El pecho varonil se colmó de sentimientos amorosos y tenebrosos, dirigidos respectivamente a la futura mamá y a la maligna instigadora.

Esta locura silenciosa fue creciendo hasta que coaguló en una trágica resolución: mataría a la amante.

Los pensamientos afiebrados iban y venían a zancadas delirantes. Sentado en el ómnibus que lo llevaba al lugar del crimen, extrajo de un portafolio el puñal con el que ajusticiaría a la infame.

Le quitó la vaina de cuero, lo tomó con la primorosa delicadeza que alguien sostiene a un recién nacido y miró el mango de plata y oro labrado por algún orfebre que seguramente se regocijó con tanta exquisitez.

El joven militar, de vistosa vestimenta, que ocupaba el otro asiento, carraspeó y le preguntó:

— Perdone el atrevimiento, señor: ¿podría decirme cómo llegó a sus manos ese hermoso puñal?

Rogelio salió tropezando de sus tenebrosas cavilaciones y le respondió:

— Es de mi esposa.

El uniformado tragó saliva y le dijo:

— Con ese puñal mi padre mató a mi madre porque una tal Mariana le hizo creer que se casaría con él.

(Este es el Artículo Nº 2.244)

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